Obras
abiertas en los años 50 y 60: una clasificación posible
Aurélio Edler Copês, compositor |
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INTRODUCCIÓN TERMINOLOGÍA
UTILIZADA OBRAS
ABIERTAS EN LOS AÑOS 50 Y 60: UNA CLASIFICACIÓN POSIBLE CONSIDERACIONES
ESTÉTICAS BIBLIOGRAFÍA FUENTES Introducción
Una de
los principales atributos de la obra de arte es que potencialmente se
presta a distintas lecturas. Por más determinada y unívoca que se
presente una obra, siempre existirá margen a la pluralidad de
significados e interpretaciones. No
obstante, en el siglo XX, muchos artistas irán más aun más lejos en
este sentido y propondrán obras en las que su estructura final sea,
ella también, cambiante y variable. Así, creadores de varias
disciplinas se van a aventurar en el universo de lo probable y lo
imprevisible, de la casualidad y del azar, en una búsqueda por apertura. En el
campo de la música, en los años 50 y 60, muchos compositores van a
desarrollar procesos y estrategias en los que el concepto de apertura se
manifieste estructuralmente en la obra final. De esa forma, la obra deja
de ser un objeto totalmente cerrado, unívoco y acabado, para tornarse
abierto y, en cierto sentido, inacabado, pasando a las manos del intérprete
la posibilidad de formular y (re)construir su
o sus versiones finales. El
objetivo de este estudio es, pues, trazar una clasificación de las
obras abiertas en el ámbito de la música en dicho período de los 50 y
60, tomando como referencia el libro Opera Aperta [Obra
Abierta] de Umberto Eco, publicado en Milán en 1962. Terminología
utilizada
Es
muy frecuente entre los músicos y en publicaciones musicológicas, que
conceptos como indeterminación y
aleatoriedad, por ejemplo, sean usados para indicar que una
determinada obra es abierta, independientemente del tipo de
procedimiento usado por el compositor. También la expresión obra
abierta suele ser usada como sinónimo de forma móvil, hecho que restringe
su rango de actuación y le impide de ser aplicada a obras que exploren
el concepto de apertura en otros niveles que no el estrictamente formal. Así,
antes de proceder a la propuesta de clasificación de las obras,
proponemos realizar algunas aclaraciones acerca de la terminología que
utilizaremos.
Aleatoriedad
Según
el Diccionario de la Real Academia Española,
aleatoriedad es “la
cualidad de aleatorio” (Diccionario de la R.A.E. online, http://buscon.rae.es/diccionario/drae.htm,
s.p.), siendo aleatorio
(del
lat. aleatorius, propio del juego de dados), “perteneciente
o relativo al juego de azar; dependiente de algún suceso fortuito” (Idem). En
estas acepciones, lo aleatorio correspondería a algo incierto, a un
hecho de origen desconocido y cuya causa está asociada al azar (del
árabe az-zahr, el dado para jugar), “casualidad
o supuesta causa a la que se atribuyen los sucesos no debidos a una
necesidad natural o a la intervención humana”
(Diccionarios
SM online, http://clave.librosvivos.net/,
s.p.). Volviendo al
Diccionario de la Real Academia Española, casualidad
sería
la “combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar”
(Diccionario de la R.A.E. online, op. cit). También
relacionado con el concepto de la aleatoriedad
está el concepto de probabilidad. Según el Diccionario de
la Real Academia Española, probabilidad significa “cualidad
de lo probable, que puede suceder; matemática: en un proceso aleatorio,
razón entre el número de casos favorables y el número de casos
posibles” (Idem). Entendemos
por probabilidad en música algo que puede ocurrir dentro de un
determinado campo de posibilidades definido por el compositor y
ejecutado por algún proceso matemático realizado por él para la
generación y proliferación del material. Es una especie de aleatoriedad
controlada donde lo imprevisible o lo azaroso pueden ocurrir dentro
de un espectro de posibilidades más
reducido puesto que viene delimitado por el compositor. Así,
utilizaremos el término aleatorio para referirnos a los procesos
provenientes del azar o de cálculos de probabilidad utilizados por el
compositor para establecer alturas, duraciones, dinámicas, registro y
articulaciones en obras totalmente escritas, como veremos a continuación.
Indeterminación
Según
el Diccionario de la Real Academia Española, indeterminación significa
“falta de determinación en
algo, o de resolución en alguien” (Idem). Siendo determinación
“acción y efecto de
determinar” (Idem) y determinar “fijar
los términos de algo; distinguir, discernir; señalar, fijar algo para
algún efecto” (Idem); así, la indeterminación se
referiría a algo no del todo fijado, a una falta de definición o
distinción en algo. Utilizaremos
el término indeterminación
para agrupar las piezas en las que la notación está en parte
intencionalmente indeterminada y no definida. En estos casos, los
compositores suelen desarrollar un tipo de escritura caracterizada por
el uso de signos no convencionales en la tradición de la escritura
musical occidental, los cuales actúan sugiriendo solamente hasta cierto
punto (y eso depende del grado de libertad que desee proporcionar cada
compositor en cada obra) cómo se debe realizar la ejecución, dejando a
cargo del intérprete la formulación de su o sus propias lecturas. Obra
abierta y forma móvil
Como
hemos comentado, el concepto de apertura en arte puede asumir dos
acepciones distintas. La primera se refiere a la característica intrínseca
de la obra de arte de proporcionar una pluralidad de lecturas e
interpretaciones a partir de un único objeto artístico.
Al contrario que una señal de tráfico, que debe formular un
mensaje unívoco de modo que proporcione una única lectura (por motivos
obvios de seguridad), el mensaje artístico es, a su vez,
fundamentalmente ambiguo y se presta a múltiples interpretaciones.
Desde este punto de vista, se puede afirmar que toda obra de arte es,
por definición, abierta. Pero
la acepción que nos interesa aquí viene del concepto de obra
abierta propuesto por Umberto Eco en su libro homónimo publicado en
1962. Según Eco, la tarea del artista es la de “estructurar
cierto material (entendiéndose por
material la propia personalidad del artista, la historia, un lenguaje,
una tradición, un tema específico, una hipótesis formal, un mundo
ideológico)” (ECO, 2003, p.43). Puesto que el deseo de
apertura encuentra gran fuerza en el artista del
XX, se establece una dialéctica entre forma y apertura, en la que una obra
abierta sería aquella que se presenta formalmente o
estructuralmente inacabada[1],
en el sentido de que queda en manos del intérprete finalizar la obra. O
sea, el creador, en su tarea de estructurar el material, lo deja
parcialmente abierto o indefinido para que sea formulado por el
ejecutante a cada nueva interpretación. Una
obra musical clásica, una fuga de Bach, Aída, o la Consagración de la
Primavera, consistían en un conjunto de realidades sonoras que el autor
organizaba de forma definida y acabada […]; las nuevas obras
musicales, al contrario, no consisten en un mensaje acabado y definido,
en una forma unívocamente organizada, pero sí en una posibilidad de
varias organizaciones confiadas a la iniciativa del intérprete, presentándose,
así, no como obras concluidas, que piden para ser revividas y
comprendidas en una dirección estructural dada, sino como obras
‘abiertas’, que serán finalizadas por el intérprete en el momento
en que las disfrute estéticamente (ECO, op.
cit., p.39). Así,
a diferencia de la primera acepción, la apertura aquí viene a asignar
actos de libertad por parte del intérprete frente a la obra de arte. O
sea, la apertura no está ya sólo en la pluralidad de interpretaciones
del objeto artístico, sino en la propia estructura de la obra. Pero
hay que resaltar una cuestión importante. Umberto Eco se basa
fundamentalmente en cuatro ejemplos musicales: el Klavierstück XI,
de Stockhausen, la Tercera Sonata para Piano, de Boulez, Cambios,
de Pousseur y la Secuencia para Flauta, de Berio. Los tres
primeros, como veremos a continuación, son obras con forma móvil,
es decir, obras que están integralmente escritas pero que se deja libre
al intérprete la organización formal del material. Ya
en la Secuencia para Flauta, la apertura reside no en la
forma, sino en el sistema de duraciones. En la obra, Berio utiliza una
escritura sin compases, en la que las duraciones son aproximadas dentro
de espacios de tiempo definidos por el compositor. En resumen, es una
obra que sitúa la apertura la escritura y no en la construcción
formal de la obra Por
lo general, el concepto de obra abierta de Umberto Eco viene
asociado fundamentalmente a obras con forma móvil, probablemente
por el hecho de que casi todas las obras mencionadas por el autor
pertenezcan a esta tipología. Sin embargo, el hecho de que incluya la Secuencia
para Flauta (una obra que presenta la apertura en un nivel que no el
formal) como un ejemplo válido de esa categoría estética nos hace
cuestionar esa posición cerrada que se ha adoptado frecuentemente con
relación al texto de Eco. A nuestro modo de ver, cuando el autor afirma
que “el modelo de una obra
abierta no reproduce una supuesta estructura objetiva de las obras,
pero sí la estructura de una relación estética entre autor e intérprete”
(ECO, op. cit., p.37), se está posicionando claramente frente a
una gran diversidad de posibilidades de construcción de obras abiertas. Si
tomamos el concepto de obra abierta, como aquella en la que
determinados elementos están intencionalmente inacabados o no
completamente definidos por el autor – sea en su proceso
compositivo (como es el caso de la aleatoriedad en obras totalmente
escritas) o en su morfología final (los demás ejemplos que veremos a
continuación) –, para asignar sólo una categoría de obras (obras
con forma móvil, p. ej.), eso representa, desde nuestro punto de
vista, una reducción
peligrosamente superficial, excluyente e incompleta. Por
lo tanto, el concepto hipotético y abstracto de obra abierta
permite y debe permitir, por su propia naturaleza, una ampliación a
otras formas de realización o, como bien enseña Eco, de estructuración
del material, que no sea sólo una única, cristalizada en un
determinado punto en el tiempo y en el espacio. En
este sentido, el Carl Dalhaus estableció años más tarde tres
distintos usos del concepto de forma abierta (que se puede
entender como sinónimo de obra abierta), tal como publicó la
revista de Darmstadt, dedicada a la Nueva Música (Darmstädter Beiträge
zur Neuen Musik X. Maguncia, 1966):
1.
La forma abierta se aplicaría en primer lugar a piezas musicales
en las que las partes individuales son fijas e invariables, mientras que
la sucesión de las mismas es variable y se deja a la libertad del intérprete. 2.
Una segunda aplicación del concepto estaría limitada a las
obras cuya variabilidad no sólo afecta a las partes individuales sino
también a la estructura del detalle. 3.
La tercera referencia del término forma abierta estaría
reservada a las composiciones musicales cuya articulación queda en
manos del oyente. (C.
Dalhaus, citado en LABORDA, 1996, p.25-26) Como
vemos, el concepto inicialmente propuesto por Umberto Eco, refiriéndose
supuestamente a un tipo de construcción musical muy restringida
(interpretación que no es del todo acertada, según hemos visto),
empieza a ser discutido por músicos, teóricos y estetas, hasta el
punto de ser aplicado en un ámbito cada vez más amplio. Así, según
Dalhaus, todas las categorías que serán discriminadas en la
clasificación que ofrecemos más adelante están perfectamente
incluidas dentro del concepto de obra abierta, puesto que, además
de las obras con forma móvil, él abre el concepto a las obras
abiertas a la estructura del
detalle (lo que implica la notación indeterminada y la
aleatoriedad), así como a obras en las que, supuestamente, el oyente
participaría en su realización. Obras
abiertas en los años 50 y 60: una clasificación posible
Observando
un grupo bastante amplio de obras, hemos llegado a una propuesta de
clasificación según características o procedimientos comunes en
relación a la propuesta de apertura. Así, hemos establecido las
siguientes categorías y sus correspondientes subcategorías: -
Aleatoriedad
procesos
matemáticos -
Forma móvil -
Notación indeterminada -
Gráficos -
Improvisación
libre -
Obras mixtas Las
obras que pertenecen a este primer apartado son, desde luego, un tanto
discutibles como obras abiertas, puesto que su apertura se encuentra en
el proceso de generación de alturas, duraciones, dinámicas, registro y
articulaciones, y no en lo que respecta a la libertad dejada al intérprete.
Son,
por lo tanto, obras perfectamente acabadas (de acuerdo con el
modelo de Umberto Eco) y están plasmadas en partituras totalmente
escritas. O sea, la apertura aquí no llega a materializarse en la forma
o en la estructura final de la obra, como pasa en todos los demás casos
que veremos. Sin
embargo, hay un componente de casualidad evidente en su construcción, y
con eso se percibe una clara intención por parte del compositor de
trabajar con lo aleatorio, lo probable, lo incierto y/o lo imprevisible
(aunque sea de manera más o menos controlada, como veremos a continuación)
como parte fundamental de su proceso creador. Así, aunque con cierta
reserva, hemos optado por incluirlas en esta clasificación.
Procesos derivados del azar
Uno
de los principales ejemplos de obra que presenta el azar como elemento
generador es Music of Changes (1951), para piano, de Cage. El
proceso utilizado por el compositor ha sido, a partir del juego del I
Ching, el libro de las mutaciones chino, ir combinando y
agrupando una serie de estructuras rítmicas, melódicas y dinámicas
preconcebidas. No
obstante, no se sabe con precisión cómo ha sido el procedimiento
empleado por Cage. Tomando como referencia el funcionamiento del I
Ching, podemos deducir que él se basó en la relación numérica de
los trigramas y hexagramas que componen el juego (8 trigramas y 64
hexagramas) para elegir y combinar los materiales de base:
Cage,
Music of Changes (1951), primera hoja. Como podemos ver, la partitura
está totalmente escrita, evidenciando que la aleatoriedad reside en
el proceso compositivo y no en el resultado final de la obra. Otras
formas de uso del azar han sido desarrolladas por Cage, por ejemplo, el
hecho de componer a partir de las imperfecciones en el papel pautado (en
Music for piano, de 1952-56) o
la inclusión de radios en una obra dando simples indicaciones de
movimiento de la aguja del sintonizador a los intérpretes (en Imaginary
Landscape no.4, de 1951), lo que genera un proceso aleatorio e
imprevisible. No se sabe ni dónde ni qué emisora se va a sintonizar en
cada concierto y por supuesto no se tiene la menor idea de qué música,
anuncio o comentario reportero va a sonar.
Procesos matemáticos
La
relación entre matemáticas y arte se remonta a la antigüedad. Desde
los intentos de los pitagóricos de explicar el mundo a través del número
hasta una infinidad de escuelas o grupos surgidos a lo largo de la
historia, muchas fueron las aproximaciones de la música a las matemáticas.
Se sabe que la estructuración numérica estaba presente en las taleas
medievales, en la polifonía renacentista, en las fugas de Bach o sinfonías
de Mozart, Haydn y Beethoven. En
la segunda mitad del siglo XX, el compositor y arquitecto griego, Iannis
Xenaquis, ha sido uno de los máximos exponentes en el campo de las
matemáticas aplicadas a la música. A lo largo de su trayectoria
Xenaquis desarrolló diversas formas de utilizar la matemática para
generar el texto musical. Su primer procedimiento fue lo que él llamó música
estocástica. La
música atonal rompió con la función tonal y estableció un nuevo
paralelismo con las ciencias físicas, pero al mismo tiempo se restringió
al absoluto determinismo de la música serial. Sin embargo, no es de
sorprenderse que la presencia del principio de la causalidad, primero en
la filosofía y luego en las ciencias, pudiera influir en la composición
musical. […] La explicación del mundo, y consecuentemente del fenómeno
sonoro que nos rodea o que puede ser creado, supuso una ampliación del
principio de la causalidad, que se basó en la ley de los amplios números.
Esta ley implica una evolución en dirección a un estado estable, en
dirección a un tipo de objetivo, de stochos, de donde viene el adjetivo
estocástico. Pero todo en el puro determinismo o en el menos puro
indeterminismo es sujeto de leyes operacionales fundamentales de lógica,
que son desenmarañadas por el pensamiento matemático bajo el título
de álgebra general. (XENAQUIS, 1992, p.4) Partiendo
del principio de que el mundo puede ser explicado por leyes o premisas
científicas, Xenaquis va a buscar en la matemática la forma de
construir sus composiciones: La
función de los compositores actuales consiste en inventar esquemas de
pensamiento y prototipos de operaciones, para después –en segundo término
y no antes– llevar a cabo su materialización sonora. (DIBELIUS, 2004,
p. 209) Sin
embargo, a Xenaquis le va a interesar no el determinismo científico
sino el indeterminismo, la casualidad, la aleatoriedad y la
probabilidad, conceptos provenientes de los nuevos descubrimientos que a
principios del siglo XX transformaron la forma científica de ver el
mundo: la Teoría de la Relatividad, de Einstein, y la Teoría Cuántica,
iniciada por Einstein y
elaborada posteriormente por un gran grupo de científicos como Planck,
Böhr, Heisenberg, Bohm, etc. Así,
los métodos de Xenaquis consisten en, a través de cálculos basados en
el azar, estadística o probabilidades (realizados con ayuda del
ordenador), generar las alturas y duraciones de secciones enteras de sus
obras. El componente de aleatoriedad, pues, está presente de forma
fundamental y decisiva en el proceso compositivo. El
resultado son obras en las que la materia sonora parece estar tratada en
su estado más puro y bruto. Las masas sonoras son tratadas de forma plástica
y componen grandes gestos asociados a elementos visuales muchas veces
provenientes de los proyectos arquitectónicos del autor, como es el
caso de Metástasis (1953-54), compuesta para el Pabellón
Philips de 1958, en Bruselas. El pabellón fue proyectado por Le
Corbusier, el cual tenía al mismo Xenaquis como asistente. En
el ejemplo siguiente podemos ver el Pabellón; a continuación, algunas
de sus líneas adaptadas a alturas e instrumentos; y, por fin, el
resultado final en la partitura, donde las curvas están asociadas a
largos glissandi de las cuerdas. Las alturas están definidas por
cálculos de probabilidades que relacionan el registro y la densidad
sonora (número de instrumentos y dinámica) con el tipo de movimiento
espacial sugerido por el proyecto arquitectónico:
Pabellón
Philips, Feria Mundial de Bruselas, 1958. Proyecto arquitectónico de
Xenaquis.
Iannis
Xenaquis, gráfico del glissando de las cuerdas de los compases
309-314 de Metástasis.
Iannis
Xenaquis, Metástasis (1953-54), glisando de las cuerdas,
compases 309-314. Otras
estrategias han sido utilizadas por Xenaquis a lo largo de su producción.
Destacamos la utilización de la teoría de los conjuntos, las
arborescencias, los procesos utilizando el random (método de
generación aleatoria de alturas y duraciones), el programa UPIC,
desarrollado por él para que los niños pudiesen experimentar las
relaciones entre dibujo y sonido (el programa consiste en transformar en
sonido, a través de ordenador, dibujos realizados por el usuario, una o
más líneas, una serie de puntos, puntos mezclados con líneas, etc.),
y la técnica del Markov, donde por una serie de posibles combinaciones
(nuevamente, cálculos de probabilidad) se generan fragmentos rítmico-melódicos
o rítmico-armónicos preestablecidos por el compositor. Como
se puede percibir, todos estos métodos guardan en sí mismos una fuerte
característica aleatoria que, de una forma o de otra, estuvo
constantemente presente en la música de Xenaquis.
Forma móvil
Como
ya hemos mencionado, las obras con forma móvil son
aquellas que presentan varios módulos totalmente escritos y
determinados en cuanto a su notación, pero que su sucesión puede ser
organizada libremente por el intérprete. Stockhausen,
en su Klavierstück XI, de 1957, nos ofrece un importante ejemplo
de obra con forma móvil en la que el intérprete puede moverse
con bastante autonomía por el material dado. La
pieza consta de 19 fragmentos musicales dispuestos en una única hoja,
los cuales pueden ser ejecutados en cualquier orden. Al final de cada
uno hay una indicación de tiempo, intensidad y articulación que debe
afectar el siguiente fragmento a ser interpretado. Así, el compositor
consigue, de una forma muy sencilla e inteligente, que la música suene
siempre distinta, puesto que muy probablemente un mismo fragmento no sería
afectado más de una vez por las mismas indicaciones de tiempo, dinámica
y articulación, excepto si el ejecutante eligiera una misma sucesión
de fragmentos. Cada
módulo puede ser tocado dos veces y la obra termina después de la
tercera ejecución de cualquiera de ellos.
Stockhausen,
Klavierstück XI (1957), algunos módulos. Otros
compositores prefieren una apertura más controlada. En estos casos, la
partitura se aproxima mucho a un juego en el que el compositor ofrece un
conjunto amplio de reglas, permisiones y prohibiciones, que condicionará,
hasta cierto punto, al intérprete
en su recorrido por la partitura. Este es el caso de la Tercera
Sonata para Piano (1957), de Boulez y de Caracteres 1ª, 1b,
de Posseur, entre otros. En
la Tercera Sonata para Piano, Boulez, influenciado por Mallarmé
en su poema Un coup de dès, donde los versos son distribuidos
irregularmente en las hojas, Boulez construye uno de los primeros
ejemplos de obra con forma móvil. El compositor ofrece al pianista
varias opciones para orientarse por el material dado, que, de la misma
forma que en el Klavierstück, viene en módulos separados unos
de los otros. La obra tiene cinco movimientos de los cuales sólo tres
han sido publicados y cada uno de ellos propone al intérprete
diferentes tipos de elección. En
el movimiento más extenso, Constellation–Miroir, las innumeras
posibilidades de organización obedecen a un principio de alternancia
entre los dos materiales que forman la obra: los bloques
(predominantemente acordes) y puntos (predominantemente notas aisladas o
líneas melódicas bastante sinuosas, caracterizadas por amplios
saltos). Como
constelaciones de colores dispuestas espacialmente en las grandes hojas
que componen la partitura editada, los bloques vienen impresos en rojo y
los puntos en verde. Así, con una libre organización formal del
material, pero que prima fundamentalmente por la alternancia de bloques
y puntos, Boulez consigue una obra de forma móvil y bastante
contrastante en la sucesión de sus módulos.
Boulez,
Tercera Sonata para piano, Formante 3 – Constellation-Miroir,
bloques y puntos.
Notación indeterminada
Como
hemos mencionado, hay obras en las que su macroestructura, es decir, la
forma general, las secciones y las partes, están plenamente definidas
en su sucesión temporal, pero falta intencionadamente la definición de
algunos elementos de escritura, como alturas y/o duraciones. Así,
para efecto de nuestra clasificación, las obras con notación
indeterminada son aquellas en las que la notación está en parte
determinada pero en parte intencionadamente indeterminada. Sobrevive,
pues, en las obras pertenecientes a esta modalidad, un fuerte vínculo
con la escritura tradicional. En estos casos, algunos parámetros están
perfectamente definidos desde el punto de vista de la escritura
convencional, mientras que otros aparecen indeterminados. De
esa forma, utilizaremos el término indeterminación para
referirnos a piezas en las que la notación está en parte determinada
pero en parte intencionalmente indeterminada, no especificada y no
definida. En estos casos, los compositores suelen desarrollar un tipo de
escritura caracterizada por el uso de signos no convencionales en la
tradición de la escritura musical occidental, los cuales actúan
sugiriendo solamente hasta cierto punto (y eso depende del grado de
libertad que desea proporcionar cada compositor en cada obra) cómo se
debe realizar la ejecución, dejando a cargo del intérprete la
formulación de su o sus propias lecturas. Un
buen ejemplo son las obras de Feldman de finales de los 50 y principios
de los 60, en las que el compositor utiliza la técnica que se suele
llamar open time. En obras como Last Pieces (1959), para
piano, el compositor desarrolla un tipo de escritura en la que están
determinadas las alturas, la dinámica y la sucesión de los eventos
sonoros, mientras las duraciones son libres, quedando totalmente a cargo
del ejecutante:
Morton
Feldman, primera de las Last Pieces, 1959.
Otro compositor que utilizó en muchas obras la notación
indeterminada fue Penderecki. En obras como la Pasión según San
Lucas, el Treno por las Víctimas de Hiroshima o el Capricho
para Oboe y 11 Cuerdas, todas de principios de los años 60, las
estrategias de indeterminación de la escritura están constantemente
presentes, lo que nos permite afirmar que son parte fundamental del
proceso constructivo de las obras.
En el Treno por las Víctimas de Hiroshima, de 1960, ya
utiliza un tipo de escritura que va a aparecer en sus obras posteriores
dentro de la década de los 60. Sin embargo, es importante destacar que
ese tipo de escritura es el medio encontrado por el compositor para
producir la tipología sonora específica buscada por él. Es un período
de mucha experimentación con el timbre, la articulación, el componente
de ruido, por un lado una consecuencia de la música electrónica, por
otro un combate directo a la tradición clásica de la pureza del sonido
y una vía alternativa al extremo rigor estructural del serialismo
integral de finales de los 40 y principios de los 50.
Penderecki,
fragmentos de Treno por las Víctimas de Hiroshima (1960)
Otro bueno ejemplo de esta categoría es la Secuencia III,
para voz sola (1966), de Berio.
En su Secuencia III, Berio va a utilizar una escritura
rica en nuevos símbolos, procurando explorar las diversas formas de
vocalización y emisión sonora a partir de un texto de Markus Kutter.
Aquí, aparte de la libertad melódica que genera el tipo de grafía
utilizado (en muchos momentos ya no hay pentagramas, apareciendo
solamente una o tres líneas para informar del registro aproximado), las
duraciones son en unos momentos más o menos definidas, y en otros,
bastante libres, sólo con una referencia espacial/temporal que divide
cada sistema en tres partes iguales que deben durar cerca de diez
segundos cada:
Berio,
Secuencia III (1966), fragmento
Berio,
Secuencia III (1966), notas sobre la grafía.
Gráficos
Como
hemos acabado de ver, las obras con notación indeterminada
presentan muchas soluciones gráficas por parte del compositor, con la
intención de generar una interpretación más libre, pero sin
trascender los límites formales y estructurales de la escritura musical
convencional. Las obras que se distancian radicalmente en todos o casi todos
los parámetros de la escritura convencional son las que hemos
clasificado como obras gráficas. Un
primer grupo de obras aparece como un término medio entre lo que sería
la notación indeterminada y el gráfico. Por un lado,
sugieren, en un cierto sentido, una reminiscencia de la escritura
convencional (puesto que vienen en forma de líneas o bloques que se
asemejarían a pentagramas, p. ej.), pero, por otro, el nivel de
apertura es bastante más amplio, puesto que las soluciones gráficas se
alejan cada vez más del modelo tradicional. Optamos por ubicarlas en
este apartado puesto que ya representan un primer paso hacia obras
radicalmente distintas a la escritura tradicional. Un
primer caso es el ciclo de obras gráficas de Feldman a principios de
los años 50, las Projections. El ejemplo que sigue muestra el
comienzo de la Projection II, de 1951, para flauta, trompeta,
violín, violonchelo y piano. Aquí, los rectángulos indican la duración
aproximada de cada evento sonoro, mientras que el número dentro de cada
uno de ellos establece cuantas notas tocar dentro de ese espacio de
tiempo. Cada instrumento tiene un espacio dividido por dos líneas en el
que los rectángulos serán dispuestos de acuerdo con el registro:
arriba – agudo, centro – medio, abajo – grave. Para las cuerdas, P significa pizzicato, A significa arco, mientras el rombo indica sonido armónico (signo
utilizado también para el piano). La partitura está dividida
verticalmente por líneas discontinuas que indican una unidad de tiempo
aproximada a ser seguida:
Morton
Feldman, Projection II (1951), inicio. Como
podemos ver, aunque proporcione una amplia libertad al intérprete, la
partitura se acerca mucho a la notación convencional, lo que nos
permite afirmar que es, más bien, un modelo intermedio entre un tipo de
notación indeterminada y las notaciones gráficas que veremos a
continuación.
Pero,
según el musicólogo Paul Griffiths, el primer ejemplo clásico de
partitura gráfica es December 1952, de Earle Brown. La obra,
además de ser pionera en la escritura gráfica es también una de las más
radicales por su grado de libertad. Consta simplemente de una serie de líneas
verticales y horizontales dispuestas en una única hoja. Esta es la única
información dada por el compositor; lo demás queda a cargo de la
creatividad y de la voluntad del intérprete:
Earle Brown, December 1952. Como
podemos ver, la obra se aleja completamente de cualquier referencia a la
forma tradicional de notación musical. Cage,
a su vez, también utilizó ampliamente la escritura gráfica para
componer obras en las que la apertura y la ambigüedad asumían un
primer plano. Abajo vemos algunos de los ejemplos más conocidos del
compositor:
John
Cage, Solo for Voice 2
1960)
John
Cage, 62 Mesostics re Merce Cunningham (1971), para voz sola con
micrófono
Improvisación
En
una evolución del concepto de apertura, el paso siguiente sería la
concesión de una libertad casi total al intérprete. Así, aparece la improvisación
como último nivel de una estética de la apertura. En
las obras en las que el objetivo final es la improvisación, el grado de
libertad es extremamente amplio y viene a abarcar tanto la forma cuanto
el contenido musical de la obra. Podemos
clasificar las obras que se fundamentan en la improvisación en tres
categorías distintas: -
improvisación orientada por texto -
improvisación libre
Improvisación
orientada por texto
El
principal ejemplo de improvisación orientada por texto en música es la
llamada música intuitiva, propuesta por Stockhausen. El
compositor prefería usar esa expresión, puesto que, según afirmaba,
la palabra improvisación “invariablemente sugiere estructuras, fórmulas y peculiaridades estilísticas
subyacentes” (in GRIFFITHS, 1998, p.168). Así,
según el compositor: El
adjetivo ‘intuitivo’ tiene el objetivo de destacar que la música
procede de la intuición, por así decir, sin ningún obstáculo. […]
Quiero dejar claro que la ‘orientación’ de los músicos, a la que
llamo ‘confluencia’, no es un pensamiento musical casual o meramente
negativo – en el sentido excluyente –, pero una concentración
conjunta en un texto escrito por mí, y que estimula a la intuición de
manera claramente definida. (in GRIFFITHS,
1998, p.168) Queda,
pues, claro que el objetivo del compositor en esas obras tenía un carácter
marcadamente espiritual. Él buscaba que, a través de la puesta en práctica
de las premisas indicadas en sus textos, el intérprete llegase a una
especie de meditación musical en la que los sonidos brotarían
directamente de la intuición. El
principal ejemplo es la obra Aus den sieben Tagen [De los siete Días].
Integrada por siete piezas compuestas por Stockhausen durante una semana
en mayo de 1968, la obra consta de siete poemas en prosa que contienen
indicaciones generales acerca del procedimiento a ser adoptado por el
intérprete en cada ejecución. Una de las últimas piezas del ciclo
solicita mucho más que habilidades musicales o performáticas del intérprete:
Vive
completamente sólo durante cuatro días guardando
ayuno en
silencio absoluto, con la posible inmovilidad. Duerme
sólo lo necesario, Piensa
lo menos posible. Después
de cuatro días, tarde de la noche, Sin
previa conversación Toca
sonidos sencillos. SIN
PENSAR en lo que estás tocando Cierra
los ojos, Simplemente
escucha. Stockhausen,
Aus den sieben Tagen, 1968.
Improvisación
libre
La
improvisación libre es sin duda la puesta en práctica más radical del
concepto de obra abierta. En
este caso, no sólo la forma, el contenido o las indicaciones
desaparecen de la partitura, sino la propia partitura, como instrumento
portador de la información a ser interpretada, desaparece por completo,
dando lugar a obras que son compuestas en el acto mismo de la ejecución
sin ninguna previa orientación a los intérpretes. En ese caso, pues,
la división entre compositor e intérprete desaparece, o mejor, se
funde en una única persona o grupo de personas que crean las
obras mientras las están ejecutando. Muchos
grupos han actuado en este sentido y destacamos, entre varios, el grupo
italiano Nueva Consonanta. Liderados por el compositor italiano
Franco Evangelisti, el grupo reunía varios compositores y fue
referencia en el panorama de la música contemporánea europea de los años
60. Pero
la improvisación libre, en el siglo XX, no es una exclusividad de la
llamada música culta. Muchos compositores/intérpretes de lo que
se llamó el Free Jazz se
aventuraron en estos campos, y músicos como Miles Davis, John Coltrane,
Charlie Parker y otros entraban en el estudio o daban conciertos sin
ninguna pauta preestablecida, simplemente actuando y reaccionando unos
en relación a los otros, en un ejercicio catártico, intuitivo y
experimental acerca y a través del sonido.
Obras Mixtas
En
el campo de lo que llamamos obras abiertas mixtas, están
aquellas que se caracterizan por la suma de elementos de más de una de
las categorías que hemos visto. Lo más frecuente son obras que mezclan
forma abierta y notación indeterminada.
Morton
Feldman, Intermission 6,
1953.
Como podemos constatar, la obra se trata de un claro ejemplo de
fusión entre las dos categorías mencionadas, forma móvil y notación
indeterminada. Stockhausen
también utilizó partituras con apertura en distintos niveles. El
principal ejemplo es Ziklus (1959), para percusión. La obra trae
una mezcla entre escritura indeterminada (puesto que utiliza como punto
de referencia una especie de línea de eventos próxima al tipo de
sucesión de eventos proporcionada por el pentagrama) pero sus signos se
alejan totalmente de la escritura convencional y, hasta incluso de la
escritura indeterminada, pudiendo ser considerados como gráficos, en
cierto sentido. Sin
embargo la escritura es muy precisa y lo que pasa realmente es que el
compositor establece una serie de nuevos símbolos alternativos a la
escritura tradicional, que deben ser aprendidos por el intérprete para
ejecutar la obra. Pero
lo más importante de la obra es el carácter abierto en cuanto a su
forma; según Paul Griffiths, Ziklus
fue la tentativa de Stockhausen de componer una obra en la que la forma
móvil estuviera encerrada
en un plano circular. La partitura viene encuadernada por una espiral y
el percusionista puede empezar la ejecución en cualquier punto de la
partitura:
Stockhausen,
Ziklus (1959), fragmento.
Kagel
también encontró soluciones que mezclaban gráficos, escritura
indeterminada y forma móvil. En su Transición II (1958-59),
para piano, percusión y dos cintas, él utiliza placas móviles
(principio de traslación) y giratorias (principio de rotación) que
pueden ser leídas en
diferentes posiciones y desde diferentes puntos. La
ejecución se divide en tres estratos. En el primero el pianista toca el
piano en el teclado, mientras el percusionista toca en las cuerdas,
fondo y tapa con diversos tipos de baquetas. En el segundo, una de las
cintas reproduce una manipulación hecha de antemano por el compositor.
Y, en un tercer nivel, la segunda cinta va grabando fragmentos del
concierto y reproduciéndolos en tiempo real, creando un efecto de
desfase:
Mauricio
Kagel, Transición II (1958-59),
fragmento. Como podemos ver, algunos de los círculos contienen alturas en un pentagrama sin que se defina la clave en la que deben ser leídas, su duración y tampoco el punto donde deben empezar, una clara mezcla de escritura gráfica, notación indeterminada y forma móvil. La
categoría obras abiertas mixtas tiene un carácter muy amplio y
puede abarcar un número casi ilimitado de experiencias musicales. De esta
forma, un número muy grande de partituras podría ser incluido como
ejemplo. Sin embargo, preferimos parar aquí dejando simplemente la idea
de que esta modalidad es, tal vez, la más potencialmente cambiante de
todas las estudiadas anteriormente, pudiendo producir un sinnúmero de
posibilidades. Consideraciones
estéticas
Tomando,
pues, como referencia la afirmación de Umberto Eco que dice: “el
modelo de obra abierta es un modelo absolutamente teórico e
independientemente de la existencia factual de obras definibles como
‘abiertas’” (ECO, 2003, p. 30), nos parece fundamental
reflexionar sobre la siguiente cuestión: ¿Ha
sido este modelo hipotético de obra abierta conseguido en su plenitud en
las obras de los años 50 y 60? Mirando
detenidamente el conjunto de obras estudiadas, nos damos cuenta que en las
obras de forma móvil, la apertura se refería a aspectos formales y no se
manifestaba tan claramente en el contenido de las obras. En el Klavierstück
XI o en otras obras de forma móvil, la crítica que se puede hacer es
que, a cada ejecución, la pieza viene enteramente construida de una única
forma (la elegida por el intérprete en aquella determinada ejecución) y,
para que el espectador perciba su movilidad formal, hace falta escuchar
como mínimo dos interpretaciones de la misma obra. En
el Treno por las Víctimas de
Hiroshima, uno de los primeros ejemplos de escritura indeterminada, la
libertad interpretativa va influir indirectamente en la construcción
formal de la obra. Sin embargo, esta libertad es extremamente controlada,
ya que el carácter de las partes instrumentales viene definido por la
escritura sugerida, y ese control no permite que el material se transforme
y genere distintas situaciones sonoras en relación a aquellas propuestas
por el compositor. O sea, aunque haya una libertad de ejecución, el intérprete
está totalmente condicionado por la indicación del compositor que,
finalmente, controla casi totalmente el contenido y la forma de la obra. En
el caso de las obras aleatorias, el material, como hemos visto, es
generado por procesos de azar o por procesos de cálculos de probabilidad.
Sin embargo, esa apertura intrínseca al contenido de la obra no es clara
en su forma final. En Metástasis, de
Xenaquis, los procedimientos aleatorios se refieren a la construcción
interna de cada curva (o sea, el proceso a través del cual el compositor
define las notas que integrarán la curva) y
no a la arquitectura general de la obra. En el caso de las obras
aleatorias de Cage, el proceso está también limitado a la elección de
notas, dinámicas y duraciones, y su repercusión formal o estructural no
llega a configurarse dentro de una estética
de la apertura. La
improvisación como tal ya existía mucho antes del concepto de obra
abierta. La diferencia es que en los años 50 y 60 muchos compositores
orientaban a través de textos o breves indicaciones escritas la
improvisación de los instrumentistas. La improvisación libre en la música
de vanguardia se acercó mucho al free
jazz. En este caso tenemos apertura en la forma y en el contenido; no
obstante, la noción de obra parece desvanecerse. ¿Podemos dar a una
improvisación el mismo estatus de obra como, por ejemplo, una fuga de
Bach, o una miniatura de Webern? La no existencia de cualquier indicio de
partitura nos hace pensar que tal vez la libertad, o apertura,
conseguida a través de la improvisación sea un tanto simple.
Interesante, válida, pero susceptible de ser cuestionada en este sentido.
Tal
vez las obras gráficas sean el ejemplo más próximo de una apertura
realmente consistente como obra y concepto. No se trata de una improvisación,
puesto que en muchos casos encontramos fragmentos escritos o notados de
una forma que sugiere acciones instrumentales más o menos determinadas. O
sea, en cuanto al contenido hay un amplio grado de libertad pero
respetando siempre la orientación que viene dada por la partitura. En
cuanto a la forma, de acuerdo con los gráficos estudiados, vemos que
puede haber una orientación formal más o menos definida, pero de todos
modos, una vez más, el grado de libertad dejado al intérprete es muy
amplio, lo que confiere a este tipo de obras una gran apertura
interpretativa. También
las obras mixtas, por su amplia gama de posibilidades, pueden ampliar el
concepto de apertura a diversos niveles. Pero volvamos a la cuestión inicial. Hecho
este recurrido, vemos que la historia de las obras
abiertas se ha construido a partir de un hacer musical que aproxima y
difumina la división entre compositor e intérprete. En los ejemplos
estudiados, podemos constatar que, a excepción de las obras aleatorias,
todos las demás categorías ampliaban considerablemente el papel del intérprete
al punto de que este fuera un verdadero (re)creador de la obra. Sea a
nivel de forma, contenido, o de ambos, el concepto de obra abierta se
refiere a un tipo de obra en la que el compositor dejará espacios
abiertos para ser “completados” por el ejecutante en su realización.
En este sentido, creemos que el concepto propuesto ha sido conseguido en
la gran mayoría de las obras dichas abiertas producidas en el período. Sin
embargo, en la gran mayoría de los conciertos, si el concepto de apertura
no fuera explicitado de antemano (en notas de programa, por ejemplo), él
probablemente pasaría desapercibido por la audiencia. Era una práctica
común en la época ejecutar una misma obra más de una vez en el mismo
concierto para que el espectador pudiera darse cuenta lo cuanto cambiaba
la obra de una realización a otra. No
obstante, en el acto mismo de cada ejecución, el intérprete, al dar
forma a la obra, la presenta como un objeto “cerrado” del mismo modo
como sería presentada cualquier obra totalmente escrita. O sea, en cada
ejecución sólo puede haber una única formalización de la obra, aunque
el intérprete esté tomando las decisiones en el momento mismo de la
ejecución.
Se podría plantear, pues, un tipo de apertura que, como especula
Dalhaus, incluyera el espectador como elemento que interfiriese en la (con)formación
final de la obra. Así, una ampliación similar a la que se ha producido
respecto a la función del intérprete en las obras abiertas se podría
producir respecto al espectador que, en este caso, sería
considerablemente más activo de lo que normalmente lo es. Hoy en día,
con las nuevas tecnologías en el campo de la música, esta propuesta podría
ser factible e interesante. No obstante esta es una idea a poner en práctica
todavía. Tal
vez por ese tipo de cuestionamientos las obras abiertas fueron
gradualmente desapareciendo al final de los años 70. Creemos que históricamente
han sido de una crucial importancia para el desarrollo de nuevas técnicas
instrumentales y de una nueva manera de pensar la forma en el transcurrir
temporal. Estas influencias son notorias en la obra de Lachenmann o
Sciarrino. También el recurso de la escritura indeterminada ha
sido ampliamente utilizado en las primeras partituras de Grisey y Murail,
los cuales combinaban escritura espacial, duraciones indeterminadas o
repetición de patrones rítmico-melódicos, procedimientos clásicos de
muchas de las obras que hemos visto.
Ahora,
en relación a una nueva aparición y exploración de este concepto en música,
eso es algo que queda, por así decir,
abierto… Bibliografía
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Cuando
Eco se refiere a inacabada con clara reserva: “dicho
vulgarmente, obras inacabadas” (ECO, op. cit., p.41)
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